lunes, 20 de agosto de 2018

Rumbo a lo (des)conocido

Camino por el bosque. Voy apartando de mi camino las malas hierbas y cuido de no tropezarme con las raíces de los árboles. Son muchos los días de travesía, pero no me rindo. A veces, me toca dormir a la intemperie y, aunque muchos días la oscuridad me consume, otros aprendo a unir estrellas que puedan llevarme a Ítaca. No puedo negarlo, las ramas me atan como si fuesen demonios que me arrastran, que tiran de mí, y me dejan huella. Las heridas son cada vez más grandes, pero sé que es la única manera de avanzar. Me zarandeo para dejarlas atrás, pero sé que es imposible: toca ser más fuerte que ellas. Cierro los ojos, los aprieto, me agarro la camiseta y grito, y sigo, empleo todas mis fuerzas en ello paso tras paso.

De pronto luz. Miro a mi alrededor y no hay árboles. No hay ramas, sino cuerdas que me ataban, y han caído al suelo. Miro a mi alrededor y hay miles de mariposas revoloteando. Todo ha cobrado sentido, todo el esfuerzo... Casa. Dedico un tiempo a explorar la zona: a oler la hierba fresca, a sentir la lluvia sobre mi piel, a respirar la brisa, a acariciar el calor del sol.

Una cueva.

Hay una cueva, ¿por qué no explorarla? La adrenalina se apodera de mí.

Cojo las cuerdas y las uno ("seguro que tendré suficiente") y ato la primera de ellas a una piedra que hay en la boca de la cueva. Me aseguro de que está bien atada y me adentro fascinada por lo desconocido. Sigo un canto de sirenas que parece venir de lo más profundo de la cueva como el marinero que persigue el faro. Avanzo y avanzo, y me quedo sin cuerda. Necesito continuar. Y continuo. Persigo esa voz. No necesito luz, no necesito cuerdas que me recuerden el camino a casa. Sí, lo necesito. El canto cesa y me encuentro, de nuevo, envuelta en la oscuridad. Intento volver, pero ya no sé cómo hacerlo. Tropiezo con las piedras, caigo. Me levanto, caigo. No puedo moverme, siento el peso de las piedras. Esta vez no son ramas, son piedras. No tengo cielo al que mirar ni estrellas que me guíen.

He olvidado el camino a casa.

sábado, 8 de julio de 2017

La mayor de las drogas

La mayor de las drogas. Las personas matan por ella. Se matan por ella. Ha provocado las más horribles guerras y hay quién todavía lucha por hacerse con su poder. Ha despertado generaciones y producido revoluciones. Todo el que la ha probado sabe que no hay otra como ella, pero nadie sabe lo que es hasta que la prueba. Hay quien se deja llevar a plena luz del día y hay quien lo hace a escondidas en algún oscuro callejón o bajo la luz de la mesita de noche de un hotel. Noches en vela, necesidad de  acudir, angustia por sucumbir. El deseo te corroe y te prometes que será la última vez. Una palabra que da vueltas en la cabeza y no se va. Extasis de unos minutos, de unas horas, que muchas veces acaba en agonía. Deseas la piedra y y luego la tijera. La enfermedad y la cura. El antídoto perfecto para todos los males. Anhelas caer, pero lo que necesitas es el tedio. Todo va rápido y lento al mismo tiempo. ¿Tiempo? ¿Qué tiempo? Se pierde la noción. Todo da vueltas y centramos nuestro objetivo en la diana, en esa persona que irradia una luz que se transforma en fuego dentro de ti, y sabes que lo único que quieres es hielo, un extintor que apague un corazón en llamas. Sí, la mayor de las drogas... se llama amor, y de esta nunca se sale.

martes, 28 de febrero de 2017

Maldita distancia

Hay muchos tipos de distancia, pero todo el mundo se queja de la distancia a secas. «Maldita distancia».
Es distancia cuando tumbado en el sofá maldices lo lejos que está el mando de la televisión o cuando un día de frío piensas que tienes que ir hasta el trabajo andando. Es distancia cuando dos personas que están a kilómetros desean darse la mano, pero no pueden... y es distancia cuando dos personas cogidas de la mano están a kilómetros la una de la otra.
Y aquí estoy yo... maldiciendo los kilómetros que nos separan del milímetro que hay entre nuestras bocas.

domingo, 26 de febrero de 2017

Un refugio

Las calles se quitan sus ropajes y sus adornos, se quedan desnudas, sin miedo a mostrar sus cicatrices, porque en la oscuridad no existe la perfección. Las calles, aunque se encuentran en silencio, están envueltas por el murmullo de quienes aún la habitan, por quienes se niegan a aceptar que se acabó su hora, vampiros que no se dan por satisfechos. Una ciudad sosegada que muere cuando se llena de vida. Un ambiente de pureza en el que la más cruda realidad embriaga a quien busca un refugio, una salida para huir del tedio. De pronto el cielo se abre: el sol amenaza con dar el pistoletazo de salida, el día (a día) se frota los ojos y, aunque no quiere, al final los abre. Es, entonces, cuando a la noche no le queda más remedio que irse a dormir para, llegado el momento, volver a reunirse con aquellos seres que ansían su llegada.


domingo, 27 de noviembre de 2016

La oscuridad

Hoy hace un día oscuro, un día de mierda, llueve y voy sola en el tren, pero es la primera vez en la semana en la que me siento en paz conmigo misma. Y bueno, sí, encuentro la paz en la oscuridad, ¿y qué?
Siempre me han atraído las mentes enrevesadas, el punto de vista del que sufre, del que busca cualquier manera de paliar el dolor, del que coge el extintor para apagar el fuego, del que se deja las uñas agarrándose a un árbol durante la tormenta, del que encuentra purificante las gotas que caen del cielo, del que no sabe si busca la soledad o la compañía, del que se esconde en su casa cuando llega de fuera y esperando encontrar un refugio encuentra un infierno o del que no tiene dónde ir. Qué razón tenía Bukowski cuando manifestaba su pasión por los que nunca han recibido el calor de la vida. El dolor grita en silencio, encerrado en los barrotes de un cuerpo que no hace más que aguantar y que no puede dejarlo escapar. Somos nuestra propia cárcel y de aquí no nos saca nadie.

 «Como cualquiera podrá deciros, no soy un hombre muy agradable. No conozco esa palabra. Yo siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. No aguanto al típico chico bien afeitado, con su corbata y un buen trabajo. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y mentes rotas y destinos rotos. Me interesan. Están llenos de sorpresas y explosiones. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me interesan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad».
— Charles Bukowski

sábado, 26 de noviembre de 2016

martes, 22 de noviembre de 2016

La noche

Hoy me ha visitado una vieja amiga, noche se hace llamar.Hace mucho que no se pasa por aquí, pero hoy ha entrado sin avisar. Le pregunto qué hace aquí, pero responde con el silencio, con la oscuridad. Cierro los ojos, y solo escucho el sonido de la lluvia y quiero creer que la noche se ha ido, pero aquí está. Y solo cuando creo ha desaparecido llega con todos mis demonios, que me gritan sin cesar. Cierro los ojos con fuerza, las lágrimas me resbalan y deseo que todo sea una pesadilla. «Vete, largo», pero no se va. En su lugar me susurra con una sonrisa «te he echado de menos, espero verte más».